“Don Quijotep Sancho Panzaan”
La tirada inicial es de 300 ejemplares. Pero cada libro lleva en la contratapa un código QR para leer desde el teléfono celular. La presentación de esta versión del clásico de Cervantes se desarrollará hoy a las 18 en la Casa del Bicentenario.Por Silvina Friera
El caballero de la “triste figura” ahora habla en quichua santiagueño, utilizado por 60 mil hablantes en la provincia de Santiago del Estero y un número no determinado de migrantes internos en zonas de Buenos Aires. A la sombra averiada de nuestra memoria, Alonso Quijano, empecinado en “desfacer agravios”, dice: “Sapallan alabakoyqa mapachan” (ver más abajo). Después de más de cuatrocientos años, la frase acuñada por el emblemático personaje de Miguel de Cervantes –“la alabanza propia envilece”– sigue exudando sabiduría. Sentencias de Don Quijote y Sancho Panza en quichua santiagueño argentino, una selección de fragmentos de la obra máxima de la lengua castellana, publicada por el editor Javier Merás, creador de Los Injunables, tienda virtual de curiosidades bibliográficas, se presenta hoy a las 18 en la Casa del Bicentenario (Riobamba 985).
Gabriel Torem –traductor al quichua santiagueño– y Vitu Barraza –corrector– paladearon y cumplieron una sugerencia del editor: que crearan un Quijote con el gusto de la empanada santiagueña. “Les pedí que lograran combinar lo académico y lo popular –no se me ocurre nombrarlo de otra manera–, para sacar un quichua lo más cercano al uso argentino”, dice Merás a Página/12. “Me sorprendió que el traductor me consultara a veces por giros castizos o formas del habla a la española, que se volvían herméticos para nuestros registros de castellano. De ahí viene la metáfora de la empanada: descubrir que se estaba horneando no solo una transcripción quichua, sino que existía una disputa en el uso de la misma lengua entre países tan afines entre sí, medio parientes, como lo son Argentina y España.”
José Manuel Lucía Megías, integrante del Centro de Estudios Cervantinos de la ciudad española de Alcalá de Henares, rebobina la andadura de la célebre obra de Cervantes a lomo de otras lenguas en el prólogo de Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta. Desde las primeras versiones de la traducción inglesa de Shelton –editada en Londres en 1612– no ha dejado de traducirse a todos los idiomas conocidos y lenguajes inventados. “En los últimos años se ha conseguido editar el Quijote en Braille, en lenguaje predictivo T9 (el que utilizan los teléfonos móviles) y en código QR, sin que falte en su larga historia alguna locura, como una traducción monumental de cuatro volúmenes, 2500 páginas y 135 ilustraciones, siguiendo un abecedario criptonumerográfico –reseña Lucía Megías–. Recientemente han aparecido nuevas traducciones completas del libro (al filipino, al thai) y se anuncian versiones a lenguas indias a partir del original español sin pasar por la lengua intermedia del inglés o del francés, lenguas que a su vez han servido de puente para la difusión de la obra cervantina en Asia y en Africa.”
Aunque existe una versión del Quijote en quechua, publicada en Perú en 2005, se trata de la variante cuzqueña, distinta de la que se habla en Santiago del Estero, donde el quichua es conocido también como “la quichua”. “Cervantes salió de un hogar de ‘hidalguetes pobres’, se atrevía a decir en su tiempo Paul Groussac, y sus años de soldado de poca fortuna, su cautiverio en Argel y su desamparado regreso a España acentuaron esa falta de legitimidad con la que siempre convivió”, repasa Merás. “Su vida de trashumancia y mudanzas alimenticias por los caminos pelados de España –aun luego de haber escrito gran parte de su obra– se parece bastante a la suerte de muchos desplazados del interior de nuestro país a principios del siglo XX –compara el artífice de Los Injunables–. Expulsados del Santiago recóndito, fueron migrando en busca de mejor futuro por el cordón industrial y el pobrerío de nuestras grandes ciudades. Muchos de esos santiagueños afincados en Buenos Aires habían venido de zonas quichua hablantes y muchos de ellos pudieron aprender rudimentos de castellano recién en la escuela. Aquella lengua materna restaba y se la llevó mayormente con vergüenza y recato, porque era indicio del recién llegado al progreso y prueba de la estrechez de cuna y de lo no reconocido. La poca suerte, tanto en la vida del soldado Cervantes como en la difusión y semiolvido de nuestro quichua, que se nos traspapeló en la historia a muchos argentinos, los hermana y los vuelve materiales idénticos. Me animo a usar una expresión quichua muy cercana a nuestra español rioplatense, para que se entienda mejor. Miguel de Cervantes y el quichua santiagueño son contemporáneos y guachos de lo mismo”.
La tirada inicial de 300 ejemplares de la primera transcripción de fragmentos del Quijote al quichua santiagueño podría confirmar una primera impresión y retacear el placer sólo al minúsculo grupo de iniciados y coleccionistas de “rarezas”. Pero no es ése el objetivo de Merás. “Un libro inesperado llama siempre la atención, y como fue en principio un encargo del V Festival Cervantino de Azul, tuvimos cierta repercusión, por lo que me veo obligado a reeditarlo en los próximas días. Ya casi no me quedan ejemplares”, revela el editor. Los pocos ejemplares que todavía están circulando se consiguen en la librería Clásica y Moderna y a través de Internet. La tienda virtual de curiosidades bibliográficas Los Injunables, un sitio creado en 2008 por Merás, ex agente de viajes rendido felizmente al pie del cañón de su pasión por la literatura, tiene una misión: “Desmentir para siempre a las librerías de viejo”. El gesto entre burlón y desafiante del editor ratifica la calculada provocación.
“La tienda está deslocalizada y trabaja sólo en Internet, con una cartera superior a mil doscientos clientes de distintos países versados en temáticas específicas, de las cuales me nutro y aprendo constantemente –explica Merás–. Yo no comparto esa creencia de la librería como lugar sagrado y el credo del olor a papel añejo de los libros antiguos. Para poner una librería no hace falta saber nada de literatura, cualquiera puede comprobarlo hablando con los que las llevan. Para decirlo a la inversa: el que sólo sepa de libros, pierde el tiempo. La red se ha encargado de desmentir algunas profesiones, incluidas la de los anticuarios y libreros de viejo”. Merás lanzó ediciones de El principito, el clásico de Antoine de Saint-Exupéry, en texto predictivo T9 y QR, ambas para leer desde teléfonos celulares, como parte de la experimentación que cultiva a través de la tienda. Las tiradas de 50 a 60 ejemplares se vendieron a la velocidad de los suspiros que generan esos objetos anómalos, tan al uso de Los Injunables.
Cada ejemplar de Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta lleva en la contratapa un código QR para leer desde el teléfono celular, donde se enlazan constantemente fotos y material adicional de las presentaciones del libro. “Es una de las primeras ediciones en nuestro país que cuentan con esa tecnología”, subraya Merás. “El quichua santiagueño es patrimonio de todos los argentinos y de los que se sientan parte de esta identidad, más allá del lugar donde hayan nacido. Este libro encaja con esa idea de hacer de don Quijote y sus valores un motor para cambiar la sociedad.”
Gabriel Torem –traductor al quichua santiagueño– y Vitu Barraza –corrector– paladearon y cumplieron una sugerencia del editor: que crearan un Quijote con el gusto de la empanada santiagueña. “Les pedí que lograran combinar lo académico y lo popular –no se me ocurre nombrarlo de otra manera–, para sacar un quichua lo más cercano al uso argentino”, dice Merás a Página/12. “Me sorprendió que el traductor me consultara a veces por giros castizos o formas del habla a la española, que se volvían herméticos para nuestros registros de castellano. De ahí viene la metáfora de la empanada: descubrir que se estaba horneando no solo una transcripción quichua, sino que existía una disputa en el uso de la misma lengua entre países tan afines entre sí, medio parientes, como lo son Argentina y España.”
José Manuel Lucía Megías, integrante del Centro de Estudios Cervantinos de la ciudad española de Alcalá de Henares, rebobina la andadura de la célebre obra de Cervantes a lomo de otras lenguas en el prólogo de Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta. Desde las primeras versiones de la traducción inglesa de Shelton –editada en Londres en 1612– no ha dejado de traducirse a todos los idiomas conocidos y lenguajes inventados. “En los últimos años se ha conseguido editar el Quijote en Braille, en lenguaje predictivo T9 (el que utilizan los teléfonos móviles) y en código QR, sin que falte en su larga historia alguna locura, como una traducción monumental de cuatro volúmenes, 2500 páginas y 135 ilustraciones, siguiendo un abecedario criptonumerográfico –reseña Lucía Megías–. Recientemente han aparecido nuevas traducciones completas del libro (al filipino, al thai) y se anuncian versiones a lenguas indias a partir del original español sin pasar por la lengua intermedia del inglés o del francés, lenguas que a su vez han servido de puente para la difusión de la obra cervantina en Asia y en Africa.”
Aunque existe una versión del Quijote en quechua, publicada en Perú en 2005, se trata de la variante cuzqueña, distinta de la que se habla en Santiago del Estero, donde el quichua es conocido también como “la quichua”. “Cervantes salió de un hogar de ‘hidalguetes pobres’, se atrevía a decir en su tiempo Paul Groussac, y sus años de soldado de poca fortuna, su cautiverio en Argel y su desamparado regreso a España acentuaron esa falta de legitimidad con la que siempre convivió”, repasa Merás. “Su vida de trashumancia y mudanzas alimenticias por los caminos pelados de España –aun luego de haber escrito gran parte de su obra– se parece bastante a la suerte de muchos desplazados del interior de nuestro país a principios del siglo XX –compara el artífice de Los Injunables–. Expulsados del Santiago recóndito, fueron migrando en busca de mejor futuro por el cordón industrial y el pobrerío de nuestras grandes ciudades. Muchos de esos santiagueños afincados en Buenos Aires habían venido de zonas quichua hablantes y muchos de ellos pudieron aprender rudimentos de castellano recién en la escuela. Aquella lengua materna restaba y se la llevó mayormente con vergüenza y recato, porque era indicio del recién llegado al progreso y prueba de la estrechez de cuna y de lo no reconocido. La poca suerte, tanto en la vida del soldado Cervantes como en la difusión y semiolvido de nuestro quichua, que se nos traspapeló en la historia a muchos argentinos, los hermana y los vuelve materiales idénticos. Me animo a usar una expresión quichua muy cercana a nuestra español rioplatense, para que se entienda mejor. Miguel de Cervantes y el quichua santiagueño son contemporáneos y guachos de lo mismo”.
La tirada inicial de 300 ejemplares de la primera transcripción de fragmentos del Quijote al quichua santiagueño podría confirmar una primera impresión y retacear el placer sólo al minúsculo grupo de iniciados y coleccionistas de “rarezas”. Pero no es ése el objetivo de Merás. “Un libro inesperado llama siempre la atención, y como fue en principio un encargo del V Festival Cervantino de Azul, tuvimos cierta repercusión, por lo que me veo obligado a reeditarlo en los próximas días. Ya casi no me quedan ejemplares”, revela el editor. Los pocos ejemplares que todavía están circulando se consiguen en la librería Clásica y Moderna y a través de Internet. La tienda virtual de curiosidades bibliográficas Los Injunables, un sitio creado en 2008 por Merás, ex agente de viajes rendido felizmente al pie del cañón de su pasión por la literatura, tiene una misión: “Desmentir para siempre a las librerías de viejo”. El gesto entre burlón y desafiante del editor ratifica la calculada provocación.
“La tienda está deslocalizada y trabaja sólo en Internet, con una cartera superior a mil doscientos clientes de distintos países versados en temáticas específicas, de las cuales me nutro y aprendo constantemente –explica Merás–. Yo no comparto esa creencia de la librería como lugar sagrado y el credo del olor a papel añejo de los libros antiguos. Para poner una librería no hace falta saber nada de literatura, cualquiera puede comprobarlo hablando con los que las llevan. Para decirlo a la inversa: el que sólo sepa de libros, pierde el tiempo. La red se ha encargado de desmentir algunas profesiones, incluidas la de los anticuarios y libreros de viejo”. Merás lanzó ediciones de El principito, el clásico de Antoine de Saint-Exupéry, en texto predictivo T9 y QR, ambas para leer desde teléfonos celulares, como parte de la experimentación que cultiva a través de la tienda. Las tiradas de 50 a 60 ejemplares se vendieron a la velocidad de los suspiros que generan esos objetos anómalos, tan al uso de Los Injunables.
Cada ejemplar de Don Quijotep Sancho Panzaan nisqasninkuna quichuapi Argentinamanta lleva en la contratapa un código QR para leer desde el teléfono celular, donde se enlazan constantemente fotos y material adicional de las presentaciones del libro. “Es una de las primeras ediciones en nuestro país que cuentan con esa tecnología”, subraya Merás. “El quichua santiagueño es patrimonio de todos los argentinos y de los que se sientan parte de esta identidad, más allá del lugar donde hayan nacido. Este libro encaja con esa idea de hacer de don Quijote y sus valores un motor para cambiar la sociedad.”
Diario Página/12, suplemento Cultura y espectáculos, 14 de noviembre de 2011